14.12.09

En un día de esos que parece que es el día del juicio final, uno de tantos que he mirado al cielo y me pregunto en dónde está la fila pasar por para las puertas de San Pedro.  Uno de esos típicos días, en que los vientos parecen revelarse y querer arrancar a los árboles desde las raices y dejarnos a los humanos desnudos, sin flores ni frutos, sin casas, sin coches, sin televisores, viéndonos las caras los unos a los otros, uno de esos días, me sente en una silla a mirar por la ventana:

Corrían vientos rápidos hacia el Este.  Las ramas sin hojas en pleno invierno parecían ceder y quebrarse sin remedio. Las hojas tardías del otoño volaron. Aquellas descansando en el suelo fueron arrastradas en remolinos hasta que de mi vista se desvanecieron.

No habia níños jugando como todos los domingos de verano, la alberca asegurada con su tapa verde protegía el agua clorada de salir por los aires.  Las luces de las casas, apagadas y el rehilete de colores parecía que sería lanzado al espacio para núnca regresar.  Como si todo fuera viento, era la tarde del viento, todo olía a viento, todo sabía a viento, solo se oía el viento.

Me cansé de ver. Me puse mi ropa deportiva y salí.  Pensé que si corría a favor del viento avanzaría más rápido y así comence a trotar; el bao salía de mi nariz, las orejas comenzaron a doler, los ojos insoportablemente secos me obligaron a correr a ciegas, me deje llevar, el corazon latía, las manos se entumían, los pies ávidos de sangre, las piernas ávidas de oxígeno, la sangre ávida de aire y el aire ávido de seguir su curso.

Y yo, ahí corriendo a ciegas, derribando árboles, esquivando casas, inhale el aire helado hasta que mis músculos no podían con tanto oxígeno y mis venas se congelaron, segui corriendo hasta que una ráfaga me levanto por los aires, seguí moviendo mis piernas como si eso ayudara a dirigir mis pasos, pero era inútil, sólo conseguía moverme en círculos.  A veces arriba, a veces abajo, boca abajo, de lado, hasta que jadeante, cansada, y babeante deje de pelear, abrí los ojos, pero no había nada. 

Fue entonces cuando conocí la libertad.



by Karen G. Rodriguez Montiel